sábado, 14 de enero de 2012

Entrevista. Los huertos son una herramienta de poder insospechada.

Incluimos esta entrevista, publicada en el último número de la revista Agenda Viva, que edita la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, con la ingeniera agrónoma Montse Escutia, donde habla sobre temas muy interesantes como las diferentes formas de hacer agricultura ecológica, sobre el absurdo mantenido de la agricultura química intensiva o sobre la importacia de los huertos para cambiar nuestro modelo de alimentación y de pensar. 

La entrevista está extractada. Si queréis leerla completa podéis hacerlo en http://www.agendaviva.com/revista/articulos/Entrevistas/Montse-Escutia-Ingeniera-agr-noma

El único sitio donde se distribuye en Alcalá es en la Facultad de Ciencias Ambientales

 Montse Escutia, Ingeniera agrónoma

Imagen Montse Escutia«El huerto es una herramienta de poder insospechada. Que la gente sea responsable de su propia alimentación y que sea capaz de producir una parte de sus alimentos es algo revolucionario.»

Montse Escutia es una mujer con un discurso difícil de rebatir. Hace gala de un sentido común poco habitual, sostenido por una sensibilidad extraordinaria y por una formación como ingeniera agrónoma que le permite hablar con soltura y conocimiento de causa. Pero quizá su verdadera escuela haya sido la experiencia: experiencia como madre, como coordinadora del Comité de Selección de Biocultura, como escritora de un libro sobre los huertos escolares ecológicos, como política. Montse es amable, simpática y convincente.

- En su formación como ingeniera agrónoma, ¿vio usted reflejadas sus inquietudes ecológicas en el estudio de su carrera?, ¿en qué momento y por qué se decidió por lo ecológico?
Yo estudié a finales de los años ochenta y principios de los noventa, y lo cierto es que lo que nos enseñaban era pura agricultura química. Había una sola asignatura de química agraria en la que te enseñaban que si tienes un problema, una plaga, la solución son los pesticidas. Si necesitas abonar las plantas, entonces la solución es el abono químico. En aquella época nos empezaron a hablar de los transgénicos, pero como una cosa muy de vanguardia y experimental. La agricultura ecológica era algo que nunca se mencionó. Era la época en que se empezaba a hablar de los problemas de los nitratos y de la contaminación de aguas freáticas por el uso de nitratos.

- ¿[Qué es para usted] la tierra como sustrato?
Cuando veo un trozo de tierra veo casi el estómago de las plantas. De hecho, en agricultura ecológica decimos que la planta es el fruto de la tierra y la tierra produce en función de cómo esté: de su nivel de microorganismos, de la vida que alberga, de su capacidad de producir. A mí la tierra me genera un profundo respeto y me cuesta mucho percibirla como un mero soporte inanimado. Me chirría la visión convencional que tiende a mani-pular las características de la tierra en función de lo que uno quiera sacar de ella. Por ejemplo: «Si tengo que cultivar una planta que necesita un determinado ph, cambiaré el ph». No, no es eso, yo tengo que respetar esa tierra, sus características, su ph, su estructura, su textura, y adaptar las plantas a la tierra en que voy a ponerlas y no al revés.
En realidad lo más cuerdo, respetuoso y sensato sería estudiar qué suelo tenemos, y en función del suelo que tenemos decidir qué plantas vamos a poner, y trabajar conjuntamente con ese suelo para mejorarlo. La tierra es como un banco y, en ese sentido, hay que reponer lo que se saca de él y, si es posible, incluso invertir para cultivar riqueza. Si no tenemos suelo, no producimos, y si no producimos no vamos a poder comer. Y ahí está nuestro capital, el capital que hemos heredado de nuestros antepasados y el capital que vamos a tener que dejar a nuestros hijos. Y es un drama importante porque nos hemos pulido el capital con la agricultura química. Lo que hacen los abonos químicos es destruir toda la estructura del suelo y liberar la estructura que es base de todos los suelos y con ello la materia orgánica acumulada.
Los productos químicos abren las puertas de esos almacenes, y todas las reservas que había allí, todos los nutrientes, salen. Por un lado, contaminan, porque hay un exceso; y, por otro, se pierde lo que no puede absorber la planta. Por eso hubo esos niveles de producción al principio de la agricultura química. Al abrir las puertas del banco las primeras plantas se beneficiaron de esa liberación, pero eso se está acabando y es una lástima porque ahora nuestros suelos se están agotando con la agricultura química. Tenemos que volver a cerrar esas puertas de los bancos y volver a poner capital, ir aportando materia orgánica para mantener la fertilidad de los suelos, que es una herencia que hemos recibido de nuestros antepasados


- Y hablando de significados. ¿Qué ve usted detrás de un tomate, por ejemplo? ¿Qué preguntas se hace acerca del mismo?
Lo primero en lo que me fijo es si brilla mucho. Cuando veo un tomate o una fruta que brilla mucho, ese brillo me hace desconfiar, porque lo que se hace cuando las frutas y verduras salen del campo y hay que guardarlas en cámaras y transportarlas es darles un baño con fungicida para evitar que se pudran, y de paso se aprovecha para añadir sustancias que hacen que ese fruto brille más y sea más atractivo.
Por eso, todo lo que haya en el mercado que esté muy brillante me da mala espina, ya no me gusta. Eso es lo primero que miro. Y luego, evidentemente, me fijo mucho también en la variedad, sobre todo cuando hablamos de tomate. Intento no elegir aquellas variedades del típico tomate que es muy homogéneo, busco más bien variedades locales.

- ¿Qué críticas constructivas haría al sello ecológico? ¿Cree que tiene fisuras o que debería incorporar más criterios que eviten que se industrialice el concepto, como por ejemplo, el uso del agua, el uso de razas o variedades autóctonas, etc.?
Evidentemente, esta es una crítica que llevamos haciendo desde hace mucho tiempo. Es lo que nosotros llamamos agricultura ecológica de sustitución de insumos. Por ejemplo estamos viendo a gente que deja de utilizar un abono químico y lo sustituye por uno orgánico, deja de utilizar un pesticida químico y lo sustituye por uno ecológico, pero no entiende la finca, el sistema agrario, como un conjunto donde tiene que haber otros aspectos como el fomento de la biodiversidad, de razas o variedades autóctonas, de espacios naturales que permitan un control más biológico, de comercio local, de proximidad, de kilómetro cero... Todos esos conceptos, a los que la agricultura ecológica certificada no obliga, suponen el eterno dilema y la eterna discusión.


Yo entiendo la agricultura ecológica también como una oportunidad para en-mendar errores que se han llevado a cabo durante muchos años a nivel de producción agraria. Creo que llegará un momento, y es lo que espero, en que exista una convivencia entre agricultura ecológica más sostenible, más de proximidad, más de consumo local, y una agricultura ecológica más industrial pero que sea en su conjunto agricultura ecoló-gica. Que desaparezca la convencional y empecemos por ahí. Creo que esa oportunidad tiene que existir porque lo otro es una utopía, de la que yo también participo, pero muy a largo plazo. Hay que dejar una puerta abierta a los demás; aunque a mí no me agrade la Nestlé, ni muchas otras grandes multinacionales, pues ¡mira!, si quieren hacer productos ecológicos, ¡bienvenidos sean!; de momento, ¡bienvenidos!, siempre que no haya fraude, evidentemente.

- ¿Y qué tipo de valores crees que inculca el mantener un huerto ecológico?
Valores de respeto, convivencia, paciencia, los cuales desafortunadamente se están perdiendo tanto en las escuelas como en las casas. Yo planto una semilla y tengo que esperar, no puedo comerme mañana lo que salga. Y es muy difícil trabajar ese principio si no es a través de la experiencia directa. En el caso del respeto por gentes de otras culturas, de otros países, que, en otros aspectos pueden tener más conocimientos que nosotros, el huerto desempeña también un papel importante.

- ¿Cuáles son las reacciones o reflexiones de los niños ante el huerto que más te han sorprendido en tu experiencia educativa directa o indirecta?
Lo que sorprende mucho es cómo hay alimentos que en casa no consumen y que en cambio, si son de su huerto sí los prueban e incluso los disfrutan. Es uno de los comentarios que más me hacen los profesores: «Me vienen madres alucinadas porque su hijo, que no ha querido probar un pimiento en su vida, en cambio sí que se come el del huerto, incluso ahí, in situ». Niños comiéndose las habas o los guisantes crudos en el huerto, y las madres alucinadas de que esos niños empiecen a comer y a apreciar las verduras, porque han visto que son el resultado de su esfuerzo. Yo lo he sembrado, yo lo he cuidado, y yo tengo el resultado, y sabe mejor, sabe diferente porque lo he hecho yo. Es una respuesta muy común que los niños aprecien esos alimentos que cultivan en su propio huerto.

- ¿Por qué la mayoría de la población, no muestra interés por la procedencia de los alimentos ni por cómo han sido producidos?
Yo creo que se debe a que no queremos problemas. Es aquello de «ojos que no ven, corazón que no siente». Tenemos tantos problemas a todos los niveles y el día a día que se nos come... Tener que hacer el esfuerzo de pensar, además, en la alimentación es algo que se convierte en la gota que colma el vaso. Y también tiene que ver con la falta de conciencia sobre la importancia que tiene la alimentación en todo el resto de nuestra vida, en nuestra salud, en nuestro estado de ánimo, en las fuerzas que tenemos, en la energía de que disponemos.
Por eso tenemos casi una inercia a delegar nuestras decisiones en la administración o el Estado. Si los alimentos están en el supermercado es porque son buenos. Si no, no nos los venderían. Confiamos ciegamente en el sistema. Igual que si se va al médico y éste hace un diagnóstico y pone un tratamiento, a priori nadie lo cuestiona. No podemos asumir todas las responsabilidades porque nos volveríamos locos, ¿no?
Pero yo creo que la responsabilidad de la alimentación sí que deberíamos asumirla y no deberíamos haber renunciado nunca a ella.
Todo lo que es comida preparada industrializada, nos ayuda mucho en nuestro estrés. Antes la gente dedicaba mucho tiempo a cocinar, a pensar qué comía o incluso tenía su propio huerto. Ahora no, ahora es ir al supermercado el sábado, cargar el carro, tenerlo todo congelado y con el microondas, ¡pim, pam! y ya está: ya como. Pero de este modo, no nos alimentamos: comemos, que es diferente

- ¿Qué opina del consumo preferente de productos locales y de temporada? ¿No puede acarrear también algún problema? Me explico: si todo el mundo siguiera esta premisa, ¿no acabaríamos con el comercio exterior, afectando también a la exportación de productos ecológicos españoles, lo que supondría un daño irreparable para el sector? ¿Cómo se casan las dos cosas?
Creo que si el consumo en España de productos ecológicos fuera suficiente, no nos sería necesario exportar nada. En España no hay suficiente demanda de alimentación ecológica, pero si la demanda creciese a los niveles, por ejemplo, de Suiza, los productores españoles no tendrían que vender fuera.

- ¿Usted cree entonces que en un futuro el comercio exterior debería ser mínimo o incluso inexistente?
No creo mucho en la globalización en cuanto a la apertura de fronteras para el comercio de alimentos que hoy día vigila la Organización Mundial de Comercio. También es cierto que depende del tipo de productos. Por ejemplo, si nosotros queremos comer chocolate, vamos a tener que importar chocolate porque aquí no lo podemos producir. Y si los japoneses quieren consumir aceite de oliva o vino van a tener que importar nuestro vino y nuestro aceite. Pero en el caso de otros sectores más generalistas, como el de los ce-reales o las hortalizas, que podemos perfectamente producir y consumir interiormente, la cosa debería responder al sentido común. Consumir primero los productos locales y de temporada y quizá exportar excedentes. Es, además, una apuesta de futuro, porque actualmente, tal y como está la situación mundial, el comercio español se mantiene por-que podemos vender hortalizas a precios competitivos a los países del norte de Europa. Pero el día en que el norte de Marruecos se ponga a producir masivamente productos ecológicos, ¿qué va a pasar con los productos españoles?
Tenemos una dependencia demasiado grande del comercio exterior y esto nos hace muy frágiles.

- ¿Qué opina, en ese sentido, de la crisis del pepino? Y, por otro lado, ¿qué opina sobre la conclusión de que el problema surgió en una granja ecológica que cultivaba brotes de soja?

El caso de los pepinos nos demuestra la necesidad de recuperar la relación de proximidad con el producto, sobre todo en lo que se refiere a la alimentación básica de hortalizas: comprar productos locales y a productores de la zona. La mayoría de las bac-terias se desarrollan sobre todo con los transportes a larga distancia, períodos largos de almacenamiento, etc.

Ha llegado a afirmar que el huerto es una revolución. ¿Qué quiere decir con esto?
Si todo el mundo nos pusiéramos a hacer nuestro propio huerto y a cultivar nuestras propias hortalizas cambiarían muchas cosas, muchísimas. El huerto es una herramienta de poder insospechada. Que la gente sea responsable de su propia alimentación y sea capaz de producir una parte de sus alimentos es algo revolucionario. Estamos en manos de muchos agentes de poder que nos tienen totalmente manipulados, como comentaba antes en relación a los escándalos alimentarios. En términos simbólicos, tener un huerto es como decir: «Si queremos, podemos ser más autosostenibles, más autosuficientes, y, con un acto muy sencillo, cambiar muchas cosas». Todavía no somos conscientes del poder que tenemos como consumidores y de que un pequeño cambio en las pautas de consumo genera muchos cambios a nivel global y económico.

- Cómo ingeniera agrónoma ¿cree que se podría alimentar a toda la población mun-dial sólo con productos ecológicos?
Creo que sí, estoy convencida de ello. Creo firmemente que el problema del hambre en el mundo no es un problema de capacidad técnica de la tierra para producir, sino un problema de aplicación de malas prácticas agronómicas y de repartición y de estrategia política y económica de los países más ricos; a éstos no les interesa dar capacidad de au-tosuficiencia a países en los que existen casualmente materias primas de gran valor como el oro, los diamantes, el coltán, el petróleo, etc.
Llevamos practicando la agricultura química más de cincuenta años, llevamos ya diez años de transgénicos, y el hambre en el mundo no hace más que empeorar. Entonces, ¿qué me están diciendo? ¿Qué me están contando? Es absurdo.
Me reafirmo en que existe suficiente capacidad productiva de la tierra para producir alimentos para todos. Lo que no es normal es que dediquemos la selva amazónica a producir soja para alimentar cerdos a fin de que nosotros podamos comer carne cada día. Es absurdo.

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